jueves, septiembre 12, 2013

Intervención de la senadora Gloria Inés Ramírez Ríos en el acto del lanzamiento de la gran Cumbre Nacional Agraria, Campesina y Popular

v  Antes de referirme  a los temas agropecuarios, quiero reafirmar mi solidaridad con las luchas de los campesinos y manifestar mi más enfático rechazo a la represión y el tratamiento brutal de que fueron objeto por parte del Esnad, con el trágico resultado de varios muertos y numerosos heridos y detenidos.

Ø  Los asesinatos de campesinos y otras personas  ocurridos en el Catatumbo, Fusagasugá, Pasca, Bogotá, el Tolima y otros lugares del país no deben quedar impunes, por lo que demandamos de las autoridades correspondientes el pleno esclarecimiento de los hechos y el castigo de los responsables.

Ø  Así mismo, acompañamos la petición de diversos sectores de ponerle fin al salvajismo del Esnad, que se ha ganado tal repudio entre la opinión pública que su sola presencia constituye una provocación a los manifestantes.

v  En lo que tiene que ver con la propuesta del Presidente Santos, consideramos que lo primero que debe hacerse es esclarecer qué se entiende por Pacto Nacional Agropecuario, en qué consistiría, cuáles serían sus objetivos concretos y los medios para llevarlo a cabo en caso de que se logre construirlo.

Ø  De entrada, vemos serios inconvenientes en el Plan Nacional de Desarrollo 2010 – 2014, que contempla la ejecución de grandes proyectos agroindustriales y minero- energéticos, que lo que pretenden es incorporar las tierras y la mano de obra de los pequeños productores a esos proyectos, de manera que la alternativa para el campesinado sería convertirse en mano de obra barata para los empresarios. En tales condiciones, la alianza que insistentemente ha propuesto el Presidente Santos, entre los empresarios y los campesinos es algo así como un acuerdo entre los tiburones y las sardinas.

Ø  Otro obstáculo de considerables dimensiones lo constituyen los tratados de libre comercio que han puesto a competir a nuestros desamparados campesinos con los poderosos productores de países desarrollados que reciben altos subsidios y otras ayudas del Estado, con el resultado de que cultivos como el de la cebada y el trigo, prácticamente han desaparecido, y otros están en vías de extinción, al tiempo que los lecheros y otros sectores afrontan situaciones similares.

•         A quienes, contra toda evidencia, insisten en negar los desastrosos efectos de los TLC en el campo, les citamos, a manera de ejemplo, un fragmento del artículo publicado por la columnista de El Tiempo Natalia Springer el pasado 9 de septiembre: “Sucedió en el Huila en el marco del paro agrario. Las imágenes muestran cómo las autoridades destruyen 70 toneladas de arroz de alta calidad argumentando la violación de normas de producción, uso y comercialización de semillas, como lo establece la Resolución 970. Los campesinos se levantaron. Les prohíben usar las semillas nativas, las de toda la vida, las que producen ellos mismo, y los obligan a adquirir las “certificadas”. ¿“Certificadas” por quién? Por multinacionales, las mismas que han construido los estándares de certificación que ahora el ICA defiende por encima del interés campesino, que es el interés nacional”.

•         Por lo demás, hay que tener en cuenta que los TLC apenas están comenzando a aplicarse, de manera que cuando estén en plena vigencia sus efectos con el sector agropecuario serán desoladores. Todo para que un reducido grupo de grandes exportadores obtenga jugosas ganancias.

v  Ante la realidad que se desprende de los dos temas citados anteriormente, cabe plantear algunos interrogantes.

Ø  Están dispuestos el gobierno y los grandes empresarios a comprometerse en cambios a fondo en la política agropecuaria para que los beneficiados no sean sólo los potentados, se elimine el latifundio y se realice una reforma agraria que, además de entregarles tierras a los campesinos, les dé asistencia técnica, créditos subsidiados, insumos baratos, sistemas de comercialización rentables, vías de comunicación y obras de infraestructura, salud, educación, vivienda y, en general, la ayuda que necesitan para ser productivos, competitivos y llevar una vida digna?

·         Los investigadores Héctor Mondragón y Paula Álvarez afirman que “la contribución del campesinado es decisiva en la alimentación de los colombianos. En el 2002, mantenía el 67.3% del área sembrada del país en cultivos legales y el 62.9% del valor de la producción agrícola. Entre el 2004 y el 2007 la agricultura familiar respondía por el 62.1% del área sembrada y el 60.4% del valor de la producción agrícola, excluidos café y flores. El 78% del área en café es campesina y el 74% de la producción de maíz”.

Estos datos demuestran que es la agricultura campesina la que produce la mayoría de los alimentos y no los grandes empresarios. En un país en donde, según la FAO, hay 5 millones de personas que padecen desnutrición crónica, resulta inadmisible que teniendo tantas potencialidades para producir alimentos, hoy se importen cerca de 10 millones de toneladas, mientras nuestros campesinos naufragan en la pobreza, la miseria y el abandono.

Ø  Otra pregunta clave que debe responderse para ver las posibilidades de un pacto es si el gobierno tiene la voluntad de comprometerse en la revisión y aún en la renuncia a los tratados de libre comercio que, tal como están concebidos, conducirán irremediablemente a la ruina del campo colombiano y de otros sectores de la economía.

Ø  Hay muchos otros temas que también requerirán cambios a fondo para viabilizar un pacto, como adoptar medidas para ponerle término a la creciente extranjerización de las tierras, especialmente en la altillanura y las concesiones mineras en zonas de páramos, que ponen en grave riesgo las fuentes de agua para millones de colombianos, el cese de las fumigaciones y la adopción de programas de sustitución de cultivos ilícitos, poner fin a la destrucción de los bosques por parte de las compañías madereras, el reconocimiento de las zonas de reserva campesina, la abolición de los planes militares de consolidación integral que en varias regiones expulsan de sus tierras a los campesinos, los indígenas y los afrodescendientes, para despejarle el campo a los megaproyectos agroindustriales y minero-energéticos, etc.

Ø  Como puede verse, no son pocos ni pequeños los problemas que hay que resolver para que nuestros campesinos puedan vivir y trabajar en paz y con dignidad.

El paro del último mes ha tenido la virtud de poner al desnudo esos problemas y de llamar la atención del país sobre la urgencia de abordarlos con seriedad y en profundidad. Los paños de agua tibia, en el mejor de los casos, apenas lograrían algún alivio pasajero y más adelante estallarían de nuevo los conflictos con renovada intensidad.

v  La situación del campesinado colombiano es dramática. Un informe publicado en el diario El Tiempo el pasado 8 de septiembre contiene abundantes datos. De ellos y de otras fuentes, extractamos los siguientes:

Ø  Según cifras del DANE, a 2012, la pobreza en el sector rural era del 46.8 por ciento, frente al 28.4 por ciento del área urbana. La pobreza extrema en el campo es del 22.8, frente al 6.6. por ciento de las áreas urbanas y al 10.4 por ciento de promedio nacional.

Ø  El ingreso mensual de las familias urbanas es en promedio de $709.155, que es una cifra aterradora pero en el campo la situación es aún más grave, pues el ingreso promedio es apenas de $207.235.

Ø   El 84.9 por ciento de la población campesina registraba bajo logro educativo; el analfabetismo era del 26.3 por ciento y el 93 por ciento no tenía empleo formal.

Ø   “De los 2.4 millones de propietarios privados que hay en el campo colombiano, apenas 91.200 (el 3.8 por ciento) tienen más de 200 hectáreas”, y el 70% de los poseedores no tiene título de propiedad,

Ø  “El Producto Interno Bruto Agropecuario ha crecido en promedio 1.9 por ciento anual en la última década, mientras que la economía en general muestra un desempeño del 4.7 por ciento en el mismo período”

Ø  Agreguemos a estas cifras que en el país hay más de 5 millones de desplazados a los que les fueron arrebatadas entre 7 y 10 millones de hectáreas y que según la Comisión de Seguimiento a este problema, el 60% de las familias desplazadas proviene de las áreas rurales, el 24% de centros poblados y el 15% de cabeceras municipales.

Ø   Con semejante situación, lo que menos puede extrañar es que haya habido protestas y lo que se impone con urgencia es comenzar en serio a darles soluciones de fondo a los problemas.

v  La credibilidad de un eventual Pacto Nacional Agropecuario está condicionada objetivamente al lleno de algunos requisitos, entre los cuales destacamos:

1.    El pleno respaldo a los acuerdos firmados con distintos sectores del campesinado, el desarrollo satisfactorio de las negociaciones que están pendientes y el cumplimiento estricto de lo acordado, para que no se repitan experiencias negativas como la dilación indefinida o la burla a la búsqueda de acuerdos y el incumplimiento de los compromisos. Más allá de las palabras, serán estos hechos los que demostrarán qué tan real es la voluntad del gobierno de comenzar una nueva etapa en el proceso de transformaciones democráticas que requiere el campo colombiano.

2.    Resolver la situación de las personas detenidas y judicializadas, garantizar el libre ejercicio del derecho a la movilización y la protesta y ponerle fin a las descalificaciones y estigmatizaciones de la lucha social y rodear de la debida protección a quienes pueden ser potenciales víctimas de hechos criminales.

3.    Ponerle fin a la práctica inveterada de que las reformas al campo colombiano sólo se hacen en interés de los grandes empresarios y terratenientes, ignorando a los campesinos, que son la inmensa mayoría, e iniciar un proceso de construcción democrática de los proyectos con la participación de las organizaciones y comunidades campesinas, indígenas, afrodescendientes y de desplazados. La democracia y no las imposiciones debe ser la norma de conducta a seguir.

4.    Aunque no conocemos el contenido de los acuerdos logrados en la Mesa de Conversaciones de La Habana en materia de Desarrollo Agrario Integral, tenemos claro que un eventual Pacto Agropecuario en ningún sentido debe contrariar dichos acuerdos, y en ello la responsabilidad le corresponde particularmente al gobierno.

5.    Tenemos la disposición de contribuir a la concreción de un acuerdo y nos comprometemos a hacerle los mejores aportes de que seamos capaces, pero no somos neutrales. Estamos del lado de los campesinos y apoyamos firmemente sus luchas y sus justas demandas.

Así mismo, tenemos claro que con pacto o sin pacto, el campo colombiano necesita con urgencia que después de décadas de abandono, olvido y violencia, se haga justicia con sus habitantes.

La inmensa solidaridad que recibieron nuestros campesinos en las recientes jornadas de lucha demuestra que el pueblo colombiano los respalda ampliamente, y lo menos que pueden hacer, si hay coherencia entre las palabras y los hechos, es atender con prontitud y eficacia el clamor nacional.

Bogotá, D.C., 12 de septiembre de 2013



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